La venganza de don Mendo by Pedro Muñoz Seca

La venganza de don Mendo by Pedro Muñoz Seca

autor:Pedro Muñoz Seca [Muñoz Seca, Pedro]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Teatro, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1918-12-20T05:00:00+00:00


MENDO.— (Conmovido, poniéndole una mano sobre la cabeza) ¡Mora de la morería!…

¡Mora que a mi lado moras!….

¡Mora que ligó sus horas

a la triste suerte mía!…

¡Mora que a mis plantas lloras

porque a tu pecho desgarro!…

¡Alma de temple bizarro!

¡Corazón de cimitarra!

¡Flor la más bella del Darro

y orgullo de la Alpujarra!…

¡Mora en otro tiempo atlética

y hoy enfermiza y escuálida,

a quien la pasión frenética

trocó de hermosa crisálida

en mariposa sintética!…

¡Mora digna de mi amor,

pero a quien no puedo amar

porque un hálito traidor

heló en mi pecho la flor

aun antes de perfumar!… (Levantándola)

Deja de estar en hinojos.

Cese tu amarga congoja,

seca tus rasgados ojos

y déjame que te acoja

en mis brazos, sin enojos. (La abraza)

No celes, que no es razón

celar, del que por su suerte

en una triste ocasión

por escapar de la muerte

dejó en prenda el corazón.

No celes del desgraciado

que sin merecer reproche

fue vilmente traicionado

y cambióse en media noche

por no ser emparedado.

Ni a ti ni a nadie ha de amar.

Déjame a solas pensar

sentado en aqueste ripio,

sin querer participar

del dolor que participio.

Déjame con mi revés:

si quieres besarme, bésame,

consiento por esta vez,

pero déjame después.

Déjame, Azofaifa, déjame.

AZOFAIFA.— (Arrodillándose ante él y besándole la mano)

Adiós, mi amor, mi destino,

asesino peregrino

de mi paz y mi sosiego.

Adiós, Renato divino.

MENDO.— Adiós, adiós. Hasta luego.

AZOFAIFA.— (Haciendo mutis por la izquierda primer término) (De quien causó su quebranto

y le fizo llorar tanto,

he de vengarme colérica). (Vase)

MENDO.— (Viéndola ir, con cierta lástima)

(La infeliz es una histérica

que no sé cómo la aguanto.) (Sentándose)

¿Pero lo que me indicó

de Magdalena, será

una ilusión suya o no?

Si eso fuera cierto… ¡oh!

Si se confirmara… ¡ah!

Que de estar enamorada

mi venganza tendría efeto,

pues que podría, discreto,

herirla de una balada

y matalla de un soneto.

Y debe ser cierto, sí,

porque siempre que me ve

me mira de un modo que

parece como que se

face pedazos por mí.

¡Ironías de la suerte:

la que condenóme a muerte

y te arrojó de sus brazos,

agora sin conocerte

se muere por tus pedazos! (Queda pensativo, con la frente apoyada en el índice de la mano diestra). (Por la derecha último término, entran en escena Magdalena y doña Ramírez)

MAGDALENA.— ¿Es él?

RAMÍREZ.— Él es.

MAGDALENA.— ¡Ya era hora!

RAMÍREZ.— Sin duda alguna os acecha…

MAGDALENA.— Doña Ramírez.

RAMÍREZ.— Señora.

MAGDALENA.— Dejadme con él agora.

RAMÍREZ.— Pues buena mano derecha. (Haciendo el mutis)

(Hoy quien priva es el poeta

de las baladas divinas,

y ayer privaba un atleta…

¡Infeliz! Es más coqueta

que las clásicas gallinas). (Entran en la tienda)

MAGDALENA.— (A don Mendo) Trovador, soñador,

un favor.

MENDO.— ¿Es a mí?

MAGDALENA.— Sí, señor.

Al pasar por aquí

a la luz del albor

he perdido una flor.



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